En sus cuentos de oficina, Roberto Mariani, uno de los cuentistas mas destacados de Argentina a comienzo de los años veinte, logra capturar, en pocas paginas, lo que es tener que convivir, a diario, con personas con las cuales no se tiene nada en comun, aparte de las tareas que los jefes hacen cumplir.
Lo raro, teniendo en cuenta la cantidad de tareas que deben cumplirse en una oficina, es que la mecanica de las mismas no haya cambiado. Es decir, si cambio el lugar especifico de lo que se considera una oficina porque ahora existen computadoras y mil pequeños inventos que han simplificado el trabajo, lo que no cambio fue el elemento humano.
Porque, tanto en los cuentos de Mariani de los años veinte como en obras mucho mas actuales, incluidas las del chileno Bolaño, siempre aparece el tipico empleado vividor, ese empleado que se encarga de hacer la vida de todos sus compañeros un poquito mas dificil de lo que deberia ser.
Una de sus estratagemas mas usadas por esta clase de personas es pedir prestados elementos de trabajo que luego, como deberian hacer pero no hacen, nunca retornan, generando asi una incomodidad que podria, con un poco de buena voluntad, haberse evitado.
Los jefes conocen esta clase de problemas y suelen pensar la mejor manera de resolverlos de manera rapida; el tema es que la solucion mas efectiva esta, por lo general, presupuesto mediante, lejos de sus manos: comprar mas utiles.
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